Música

jueves, 20 de noviembre de 2014

Comienzo

La redonda habitación de piedra estaba bastante silenciosa. Con poco más que un gran armario de madera oscura, un candelabro y una cama, aunque era muy iluminada debido a que poseía como techo una cúpula de cristal, y que corría una brisa fresca a través del gran balcón que poseía, estaba levemente polvorienta por la ausencia de visitantes. Sin embargo, la alta habitación de la torre oeste recibiría la visita que desde tanto tiempo lleva esperando. 
La chirriante puerta se abrió, entrando una mujer de pelo rojo con una niña dormida en sus brazos, acompañada por los dos fieles acompañantes que habían estado con ella desde que recogieron a la niña, pero que aún no se habían descapuchado. La mujer depositó suavemente a la chica en la cama previamente estirada y con menos polvo que el resto de la habitación.
-No puedo creer que aún no hayan adecentado la habitación.- murmuró molesta la mujer pelirroja.
-Sabes que no está decente porque podría no haber sido esta chica, y que nos hubiéramos equivocado de nuevo por una falsa señal.- dijo uno de los acompañantes, que tras decir esto se descubrió la cabeza. Era a primera vista un hombre nórdico, el más alto de los tres, ojos color caoba y de pelo largo rizado color cobre, con una perilla trenzada del mismo color que le llegaba hasta la nuez. A pesar de su altura y tamaño, no parecía que tuviera más de 25 años en rasgos faciales.
-Pero aun así, sabían que estábamos en su búsqueda, así que esto es una dejadez y una falta de respeto.- dijo el otro acompañante que imitó la acción de su compañero. Parecía un varón humano en lo que se refería a rasgos físicos; sin vello facial y ojos verde bosque, con un insólito pelo de color escarlata oscuro, aunque había un detalle algo más peculiar que delataba que no era humano: una línea simétrica que trazaba ambos lados de su cara desde los pómulos hasta el tabique nasal, una marca de nacimiento característica de los Kioraye. También sus manos mostraban estar marcadas por las mismas líneas, que subían hasta las muñecas, dando a entender que continuaban por todo su brazo.
La mujer pelirroja miró de nuevo a la chica dormida, y su mirada reflejó un atisbo de esperanza. Haberla encontrado significaba que lo habían conseguido, que no estaba todo perdido y que comenzaba una nueva era.
-A partir de ahora esta será su torre, aunque no pueda reclamarla aún. Iré a ver si encuentro a alguien que permanezca aún aquí.- dijo la mujer pelirroja, que tras decir esto, se giró y se dirigió hacia la salida.
-¿Y quién se encargará de ella?- preguntó el kioraye con intriga, sin moverse del sitio.
-Los maestros ya han decidido que sea yo quién la guíe, al igual que estoy haciendo con los otros. De todas formas, ¿por qué me haces esa...?- dijo la mujer extrañada, sin poder terminar su pregunta, ya que el kioraye le envió una mirada con la que podía leerse claramente sus intenciones.
La mujer respondió a su mirada.
-... ¿es que acaso deseas ser tú su guía?- preguntó esta vez con una mezcla de curiosidad e incredulidad.
Pasaron unos segundos hasta que éste respondió.
-Sí, es mi deseo, Eorail.- dijo con seguridad.
La mujer lo miró fijamente, intentando averigüar sus verdaderos motivos.
-Sabes que no está en mi poder cambiar la elección de los maestros. -dijo finalmente.- De todas formas, no entiendo la razón de este repentino cambio de conducta, Amalnys.
El kioraye bajó la mirada. No podía evitar sentir frustración por no poder cambiar el curso de los acontecimientos, y no entendía del todo el porqué. Desde que había visto a la niña transformada, algo dentro de él clamaba la imperiosa necesidad de protegerla, de estar a su lado y no volver a separarse de ella. Era una conducta totalmente animal que no soportaba tener, porque no lo comprendía.
-Deberías ir bajando. -habló esta vez el nórdico con una voz que los sobresaltó.
-Sí, es cierto Esben, volveré en un rato. Vigiladla, y procurad que no se asuste demasiado si se despierta.- comentó esto último con cierto tono crispado mientras salía de la habitación. 
Amalnys y Esben esperaron un rato antes de apartar la mirada de la puerta por la cual se había ido Eorail, para mirar a la nueva dueña de la torre.
-¿Qué es lo que te ronda por la cabeza?- soltó Esben sin ningún rodeo.
-Hay algo extraño en todo esto...- susurró como contestación, para luego acercarse a la niña. Se sentó al borde de la cama mientras la empezó a observar con más detenimiento.
-El que está extraño desde que hemos encontrado a la niña eres tú. ¿Tan increíble te parece que lo hayamos conseguido que no lo crees aunque esté delante tuya?
-No, es algo más, no sé. 
-¿Y por qué te quieres hacer cargo de ella? Además de que aún los maestros no te consideran que estés preparado para algo así, tú no soportas tener que cuidar de nadie más de lo estrictamente necesario.
Amalnys se calló ante tal acusación porque era cierta. Él era demasiado independiente y no tenía paciencia para cuidar de otros. Sin embargo, Eorail había demostrado numerosas veces y con creces de que era capaz de hacerlo, ya que fue la que los entrenó por aquel entonces. Y ellos, aunque ya no necesiten de su instrucción, siguen aprendiendo día tras día con las misiones que los maestros les van encargando, por lo que aún no son considerados ni expertos ni veteranos como para enseñar a otros el camino del equilibrio, además de que tenían que seguir su propia instrucción.
Y sin embargo, aquello le parecía tan banal...
-Aunque así sea, me parece que Eorail ya tiene suficiente enseñando a dos.  

-Esa es tu opinión- dijo tajantemente Esben, dando por finalizada la conversación.

Amalnys finalmente decidió guardar sus “opiniones” para otro momento, ya que, cuando despertara la niña, no quería que lo primero que viera fuera a dos extraños discutiendo.



Mientras tanto, fuera de la habitación, Eorail bajaba rápidamente por las escaleras, que descendían cruzando por todas las puertas de los distintos niveles de la torre hasta llegar al nivel inferior, en la que había una sala redonda aún más grande que la habitación de la chica recién alojada. Era cuatro veces más grande que la habitación del último piso, totalmente vacía de mobiliario alguno, con la excepción de una gran mesa redonda de piedra que surgía del suelo, con símbolos en su superficie y laterales. Además, contaba con un gran marco de piedra sin puerta, que daba a una gran explanada exterior, y en el lado contrario de la sala se situaba una puerta un poco más pequeña que su vecina, con dos puertas laterales de madera completamente cerradas. Sin embargo, aquella área estaba más limpia y cuidada de lo que pensaba en un principio, por la predisposición al desgaste de los elementos exteriores, lo que significaba que el cuidado de la torre no había sido abandonado del todo, lo que la aliviaba en cierto modo. Aún así, el resto de la torre tenía un aspecto deplorable, lo que le daba una idea de que no había mucha gente involucrada en su cuidado.

Decidió cambiar esta situación volviendo a activarla, dando esperanza a aquellas pocas personas que había mantenido la fe en que algún día volviera a su esplendor, y devolviéndosela a aquellos muchos que la habían perdido. Para hacerlo de la forma “legal”, tendría que esperar a que la legítima dueña de la torre manifestara su energía en la mesa de piedra, y que la misma torre la aceptara como tal, pero para ello tendría que pasar bastante tiempo, un lujo que no podía permitirse. Sin embargo, existía otra forma de realizarlo en la que ya había pensado: prestaría a la torre la energía que necesitara para volverse a activar, lo que significaba que, además de que sería una disminución considerable de sus propios poderes, la legítima dueña tendría muchas más dificultades a la hora de hacerla suya.

Aún con todo, puso sus manos sobre la mesa central de piedra, y sus símbolos empezaron a brillar de forma latente al contacto. Eorail comenzó con el proceso: empezó a suministrar su energía a la sedienta piedra, cuyos símbolos empezaron a resplandecer con más fuerza, hasta que llegó un momento en el que se manifestó un haz de luz que salió disparada en línea recta hacia el techo de la sala, provocando que la torre comenzara a vibrar ligeramente, acompañado de un sonido profundo pero imperceptible. Durante ese tiempo, Eorail no dejó de emanar energía de forma constante y abundante para que la torre no escatimara en recursos y pudiera mantenerse activa durante todo el tiempo posible que hiciera falta.